LA INUTILIDAD Y LA SANDEZ COMO IMPULSORAS DE LA CREATIVIDAD
Manel Costa

Dos billones (con b) de dólares, al año, gastan los países —llamémosles— desarrollados en armamento. Haciendo un esfuerzo utópico, ¿podríamos pensar, por un momento, en si esa cantidad se invirtiera, cada año, en el bienestar de la humanidad (investigación, sanidad, educación, cultura, solidaridad…), cómo de distinta sería nuestra sociedad?

Entiendo que no es un párrafo adecuado para empezar a hablar de arte y estulticia, pero no crean… La memoria histórica que tenemos —milenio arriba milenio abajo— es de hace unos 5.000 años. Durante todo ese tiempo las sociedades —todas— se han gestionado, con pequeñas diferencias, por lo que entendemos por cordura y sensatez. Bueno, pues el resultado es el que es, y no hay otro. Una sociedad en quiebra moral y ética irreversible. Por tanto, mi propuesta es que sean sus contrarios, es decir, la inutilidad y la estulticia, las que nos guien en todos los ámbitos de la vida. Y a mi entender, la parte esencial para comenzar a construir una buena vida, es el arte y la cultura.

Allan Kaprov, creador o inventor del happening y las instalaciones, allá por los años 50 del pasado siglo, decía que el no-arte es aquello que aún no ha sido aceptado como arte pero ha captado la atención de un artista con tal posibilidad en mente. Para mí, este comienzo me es totalmente válido para elucubrar sobre aquello que todavía no sé de qué va a tratar, ni cómo voy a expresarlo.

Cuando leí, por primera vez, una traducción al castellano del “Elogio a la locura” de Erasmo, algo no me cuadraba, había alguna cosa que, desde el principio, me resultaba desconectada de mi predisposición conceptual a leer ese tratado. El encaje entre el contenido y la locura no acababan de ajustarse con la precisión que yo esperaba. Pasado un tiempo, leí que, en realidad, el título original era Stultitiae Laus, es decir, “Elogio de la estupidez o la estulticia”. Este descubrimiento —cuya interpretación puede ser errónea, sin embargo para mí me viene como anillo a Saturno—, fue una puerta abierta al entendimiento de la configuración de esta sociedad humana en la que vivimos. Ahora sí comprendía muchas cosas que, ¡oh sorpresa!, conformaban las estructuras sociales y civiles de esa humanidad que me resultaba indigna e incomprensible, sobre todo inexplicable.

La estupidez suelen situarla en oposición a la sagacidad, a la inteligencia, a la perspicacia. Escribía Kierkegaard, precisamente, que ante la indefinición de la memez, la falta de concreción en su descripción, se suele definir en términos de aquello a lo que se opone, o a lo que se piensa que se contrapone, no a lo que es en sí misma.

En 1866, el filósofo Johann Erdmann definió la forma nuclear de la estupidez: «La estupidez se refiere a la estrechez de miras. De ahí la palabra mentecato, «privado de mente». Estúpido es el que sólo tiene en cuenta un punto de vista: el suyo. Cuanto más se multipliquen los puntos de vista, menor será la estupidez y mayor la inteligencia».

Esto ya lo dijeron los pensadores griegos. La palabra idiota, según parece, define a la persona que no se ocupaba de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados. Es decir, lo que actualmente se conoce como egoísta, usurero, capitalista y depredador social. ¿Le estamos dando un significado totalmente opuesto, en la actualidad, a este adjetivo? Bueno, en realidad, a lo largo de la historia el concepto de idiotez ha ido cambiando según lo interpretaban, por un lado los talentos y por otro el vulgo; los memos y los locos estaban en el mismo cesto. Lo cual no deja de ser una bicoca, ya que de esa manera, la Academia Estúpida de las Artes y las Letras se acogerá a la interpretación que más le acomode en cada momento.

Este concepto, por tanto —y porque así nos interesa—, muestra y recalca que estamos rodeados de estúpidos. Nuestra sociedad es un claro ejemplo de que la idiotez está instalada en sus mismas raíces. En consecuencia, si, como componentes de esta tribu imbécil, somos unos idiotas más, seámoslo con fundamento. Ejerzamos como memos con inteligencia (esto puede parecer una contradicción, pero ya que somos idiotas actuemos como tales, es decir, contradictorios e indispuestos mentalmente), con cultura, puliendo la sandez hasta que se ofrezca como lo que es: una de las pocas maravillas de esta vida.

Contaba James Joyce que a su hija, que sufría de síndromes psicóticos, le gustaba escribir, pero su escritura era bastante incomprensible, similar a la que él mismo utilizó en Finnegans Wake. Preocupado la llevó a que la atendiera el doctor Carl Gustav Jung, a Suiza, donde vivía el afamado psiquiatra. Joyce le enseñó los escritos de su hija, y le dijo que escribía igual que él, pero él se sentía y lo sentían cuerdo, no así, entendía, (a) su querida hija. Jung le contestó: «donde usted nada, ella se ahoga». Este análisis tan maravilloso nos da pie para que los académicos/as, de ésta tan fascinante entidad, nos afanemos en aprender a «nadar» en la memez, con el fin de aprovechar todas las substancias prodigiosas que alberga. No queremos «ahogarnos», sino «nadar» y hacerlo contracorriente, cuanto más a contracorriente lo hagamos, mejor serán nuestras producciones artísticas.

Entiendo que el artista debe serlo las 24 h. del día. No acepto un artista por unas horas al día y menos a la semana. Y esto no quiere decir que haya que estar «produciendo» ininterrumpidamente. Mi concepto de artista es un ser que no vive en un espacio ni en un tiempo concreto. Sus gestos artísticos no tienen límites, ni reglas, y eso es así porque su capacidad de abstracción y de succión de lo que le rodea no tiene límites, ni tamiz o filtro. Absorber lo que la generalidad desecha, es lo más sugestivo y provechoso para realizar un arte honesto e incomerciable. La inutilidad que se le concede a la imbecilidad es la constante que puede (y debe) sostener la labor artística de un creador.

Por otra parte, también distinguiría, obviamente, el artista que consigue que la inutilidad de su obra sea manifiesta, a pesar de que su objetivo sea todo lo contrario, y aquel que busca, pacientemente, la falta de utilidad normativa de forma consciente.

Quizás, hablar de la estupidez intentando comprenderla y explicarla, sea un intento de posicionarse fuera de ella. Y probablemente sea así; es decir, el memo que intenta desmarcarse del grupo marginal de idiotas, señalando y estigmatizando a ese colectivo y manifestando, abiertamente, que él no pertenece a tan subestimada comunidad, en realidad, a mi entender, forma parte de la «sensatez» que ha llevado a la humanidad a la cima de su destrucción.

Los que nos reconocemos imbéciles conscientes, por tanto cultos e ilustrados, podemos caer en la pedantería, en tanto en cuanto calificamos a los idiotas ignorantes, sin pretenderlo, de personajillos que todavía no han entendido que este mundo que hemos construido es una verdadera calamidad, y que esta situación no nos ha venido del cielo o del azar incontrolable, esta realidad que disfrutamos, en la que descansamos nuestras vidas, es una responsabilidad totalmente nuestra. No deberíamos, por tanto, actuar como ellos. Como decía no sé quién: «déjalos, que no saben lo se hacen», o algo así.

Es evidente que el paradigma del «cubo blanco» o peana, que nos recuerda  Daniel Gasol en su magnífico libro Art (in)útil, ya se ha conseguido superar, en parte; naturalmente las instituciones culturales que dominan y dirigen el arte, habían logrado, a través de esos artefactos (peanas o marcos, ediciones y partituras) indicarnos qué es arte y qué no lo es. Es cierto que esos soportes han cambiado por otros más sofisticados, más invasivos y, sobre todo, virtuales. Sin embargo, en mi opinión, se está cambiando (con gran astucia) la herramienta pero no quien la utiliza. Todo sigue en manos de la utilidad sensata, interesada y codiciosa que, desde tiempos inmemoriales, ha gestionado el mundo del arte.

Pensemos, pues, qué podemos hacer para escapar de esta red «juiciosa».

Para terminar, les dejo unos cuantos aforismos de artistas y poetas que, en mi opinión, debemos, al menos, atender.

  • Abraham Flexner: La utilidad del conocimiento inútil.
  • Ovidio: Cuando has meditado a fondo lo que puedes hacer, verás que nada hay más útil que ese arte que no tiene ninguna utilidad.
  • Leonora Carrington: Una vez un perro le ladró a una máscara que hice, ha sido el comentario más honorable que he recibido
  • Giacomo Leopardi: Fundar un periódico que hace gala de ser inútil…, es lo más útil que he hecho en mi vida.
  • Elsa von Freytag-Loringhoven (Baronesa Dada): Todo artista está loco con respecto a la vida ordinaria
  • Théophile Gautier: Todo lo que es útil es feo; por ejemplo: las letrinas. O es bello o es útil, pero las dos cosas a la vez no las conozco.
  • Baudelaire: Ser un hombre útil me ha parecido siempre una cosa muy repulsiva.
  • Heidegger: Lo más útil es lo inútil. Lo útil es entendido como aquello que puede ser aplicado de manera práctica e inmediata a objetivos técnicos.
  • Ovidio: De esta manera, yo guardo con firmeza mi afán por lo inútil.
  • Ionesco: Si no se comprende la utilidad de lo inútil y la inutilidad de lo útil, no se puede comprender el arte.

Manel Costa

Rector de la Academia Estúpida de las Artes y las Letras