Como dijo August Strindberg
que una mujer sea profesora de matemáticas, no solo es perjudicial y desagradable
es monstruoso.
En efecto −respondió John Knox−,
cualquier mujer que crea que puede enseñar, juzgar o reinar sobre un hombre, es un monstruo de la naturaleza,
por eso daremos El primer toque de trompeta contra el monstruoso regimiento de mujeres
porque
más allá de la incapacidad de una mujer individual como gobernante, todas las mujeres son débiles, frágiles, impacientes y tontas.
Por supuesto que son unos monstruos −afirmó Proudhon−; el impulso sexual femenino es lo más bajo y repugnante que existe en la naturaleza.
Eso es −apostilló Sigmund Freud− porque sufren toda la vida el trauma de la envidia del pene cuando descubren que están incompletas.
Si ya solo su aspecto − enfatizó Schopenhauer− revela que no están destinadas ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales; evidentemente −precisó Hegel− las mujeres no están hechas para las ciencias más elevadas. Por eso no les gusta aprender a leer y escribir y, sin embargo, siempre están dispuestas para aprender a coser −aclaró Rousseau−. Sólo tienen una labor en el deporte: coronar a los campeones con guirnaldas −dijo muy convencido, el barón de Coubertin−. Definitivamente −resumió Pablo Motos− hay dos tipos de mujeres: las que saben perrear y las que no.
Es de todos sabido−concluyó Schopenhauer como corresponde a una eminencia− que las mujeres no son capaces de producir una obra perdurable, son como niñas toda su vida, sólo resultan atractivas hasta los 28 años y no poseen inteligencia… Solamente infundiéndoles temor puede mantenerse a esos monstruos dentro de los límites de la razón.
Carmen Herrera Castro